A  los manifestantes del Barrio de Salamanca. Los que llenan las terrazas de los bares. Los que solo piensan en sí mismos. 

A los que siguen sin entender que mis muertos también son los tuyos, y los tuyos son los míos.  

Los seres humanos no estamos preparados para enterrar a nuestros hijos. Tampoco para hacerlo con nuestros padres o hermanos. Sin embargo, sí estamos programados para olvidar, sobre todo cuando los muertos son los de otros. 

A lo largo de estos tenebrosos días, en los que las cifras de fallecidos hacen temblar hasta al mismísimo Tánatos, me he quedado descalza en un mundo sembrado de cenizas pensando que, quizás, la vida, aferrada a la muerte, nos daba una nueva oportunidad. Pero no es verdad. 

La vida de los muertos no regresa y los vivos siguen generando muerte a su alrededor. No importa que los ataúdes sigan apilandose en las morgues anónimas del silencio. Mientras ese cadáver no sea mío seguiré pensando en salvar sólo mi ombligo.

El futuro es sólo una utopía inventada por un poeta loco.