A la Venus de Milo le han crecido los brazos,
ya está bien de andar por los siglos, desmembrada y pétrea,
como una odalisca en el harén eterno de la historia.
Por eso ahora, tras huir del cadalso marmóreo
donde la confinó cualquier ley de opacos corazones,
se pasea por la luz abrazándose en las noches de estrellada victoria.
Impúdicamente generosa,
lasciva, mítica y benevolente.
Y el tiempo lejos, como sollozando una eternidad sin nombre.
Sin hombre.
A la Venus de Milo le han crecido los brazos,
ahora solo aplaude a la vida más allá de la memoria.
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