Bienvenidos al hogar de mi alma

Categoría: Cotidiana eternidad (Página 1 de 41)

LOS AGUJEROS DEL ALMA

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A mis hermanos

El tiempo es una espiral imprecisa, innecesaria y transitoria.

El tiempo es relativamente estúpido, tan fugaz como infinito.

Es el tapón frágil de una botella de oxígeno abocada al vacío.

Un maratón de células que intentan apostar por la eternidad de la vida.

El tiempo y el amor nos encontró en las avenidas remotas de la esperanza.

Y aquí estamos, encadenados a la luz milenaria de un ombligo que sigue la ruta impredecible de un hilo de cristal.

La eternidad tiene la voz que emanan vuestros ojos sobre la eternidad incombustible de la memoria.

DIOS APRIETA…

Pero… ¿no ahoga?

¿Y si todos estamos viviendo una vida de náufragos ahogados en el océano de la incertidumbre?

¿Y si el oxígeno solo fuera un invento de los desmemoriados, de los ilusionistas que buscan la perfección en las olas ciegas, en las playas vacías, en la inmensidad finita de un destinto ciertamente baldío?

Quizá mejor reinventar las formas:

«Dios ahoga… pero no aprieta»

LA LLUVIA TRAS LA LLUVIA

La alarma del móvil me ha dicho que va a llover.

Es normal. Ya estamos en otoño.

He recogido la ropa tendida y bajado las persianas.

Las ventanas siguen embarradas de recuerdos y memoria precisa.

Mi madre está en casa. Le abriga la luz de de los alientos ausentes, de las miradas presentes y de toda la eternidad que, como un paraguas de luz, se despliega a través de sus ojos.

Igual mañana salen a pasear los caracoles y se encuentran con mi padre. Él los espera paciente, despacio, entre el romero y el cantueso. Ellos lo invitan al dulce sueño de los siempre vivos.

La lluvia purifica.

Quizás alguien está llorando allá arriba.

Aquí adentro también llueve.

Dejaremos que caiga como una cortina de luz.

EL DOLOR

A mi madre

El dolor encuentra escondites infinitos.

Se agazapa entre las sábanas. Busca hueco en las almohadas.

Deja el mantel vacío y el plato desnudo, abrazando las tímidas cucharas como brazos yertos de un acero inoxidable, inexorablemente baldío.

Se queda colgando en las cortinas, hace pliegues con la memoria, embarazadamente difuso sobre el recodo de los armarios.

El dolor conoce todas las leyes del infinito, las transforma y las disuelve, las mutila y multiplica. El dolor es el dios de la frágil vida.

A partir de ahora, toca adoptarlo como a un niño desvalido que se sienta a nuestra mesa con el hambre voraz del infinito, con la herida abierta del amor perdido, con la soledad remota del que ha dejado en el camino la mitad de su existencia.

El dolor, madre mía, ahora, es tu sexto hijo.

Te quiero más allá de mi voz y mis contornos.

UNA SEMANA EN UNA VIDA

El silencio.

El latido.

El espacio de la luz. La penumbra o el olvido.

A lo lejos desamanece sobre la torre de Santa Ana.

Un eco de martillos artesanos se desliza por las laderas de Bolón.

El adiós no existe.

Apenas el sonido mínimo del respirador.

Y tu voz a lo lejos.

Y las manos del amor acariciando bajo las sábanas silentes, tan inmaculadas como la luz de este nuevo día que no llega. Que no llegará jamás.

En una semana se ha evaporado una vida mientras la eternidad sigue apostando al mejor jugador.

Alguien ganó la partida.

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