Los teatros se han quedado silenciados. Hay un eco de bambalinas gimiendo sobre el telón decapitado y mortecino. Las butacas sollozan una soledad de siglos y los palcos se aglutinan buscando el abrigo de la platea. 

Ya no hay rumor de pasos sobre el entablado del escenario, ni un violín sonando en el foso de la orquesta, ni esa luz primigenia devorando el rostro con un amanecer de ocasos infinitos. Sólo hay silencio. Un silencio de abedules miméticos sobre una escenografía ausente.

El teatro se ha quedado sin voz, sin cuerpo, sin el abrazo magistral del público, sin la eucaristía del aplauso, sin la bendición  magnánima del deseo hecho arte, del arte hecho cielo.

La vida ha hecho mutis por el foro.