Para mis amigos Concha y José Joaquín, con los que me gusta comer y reír a partes iguales.

Estar en casa tiene algunas ventajas maravillosas y demasiados inconvenientes tremebundos.

Estamos en familia, el amor alejado nos acerca, nos previene del virus y nos alienta el deseo de futuro. Bordamos sueños nuevos, limpiamos los altillos que no sabíamos que existían  y jugamos al parchís con diez dados y fichas descoloridas, incluso nos hemos inventado un bingo con nombres de poetas.

Pero el día tiene 24 horas. El frigorífico 2 puertas y  la despensa no tiene candado.

El aburrimiento, según se calcule, alcanza las dos mil calorías por minuto.

Para compensar echamos mano de la creatividad, cocinamos recetas saludables: bizcochos de coco, natillas con canela y galleta o tarta de manzana con crema de vainilla. Almíbares varios, suculentas torrijas (que para eso se acerca la semana santa) y una buena dosis de chocolate que, según indican los más sabios, sube el ánimo y aleja la apatía.

Ya lo dijo la gran Virginia Woolf: «Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien». 

Nos vemos después del «confitamiento».