La lluvia se ha asomado a mi ventana dejando una estela de melancólica presencia. Resbala cándida, con la tranquilidad necesaria que ofrece la supervivencia. Con la monotonía crepuscular de los días iguales. Con ese ritmo pausado que se asoma por los calendarios sin nombre.

Las minúsculas gotas me hablan de la fragilidad del ser humano, de la fugacidad de la vida, de lo anodino que resulta, últimamente, el sabor de las manzanas, ya sin riesgo ni pecado. Y en singular baile de acuosas piruetas, me revelan los misterios allende del silencio.

La lluvia ha visitado mi ventana, se ha quedado aquí, estática, ella también, como yo, teme volver al asfalto.