Es evidente que vamos a tener coronavirus para rato. Hay que ir acostumbrándose a las mascarillas, la distancia humana y esta sensación ingrata de sentirnos siempre en el filo de la navaja. Pero también es necesario, saludable y hasta amable, que empecemos a abrir fronteras, geográficas y humanas, físicas y anímicas.

De momento, yo me he despojado de la impotencia y el desaliento.

He abierto la muralla.