Hoy he pasado, después de casi ochenta días, por la puerta del colegio.

Allí donde los niños jugaban ahora juegan los gatos. Los pájaros habitan los columpios y, entre las baldosas, ha crecido una selva de pequeñas hierbas, florecillas diminutas, botones de espiga y hojas minúsculas como aleluyas de vida.

Todo estaba en silencio. Ni un rastro de bocadillo mordido con el chorizo reseco, ni un balón encajado en la portería, ni siquiera dos estrofas de una canción al ritmo de una comba.

Nada

En las persianas caídas no se asomaban las curiosas manitas de los más distraídos, tampoco las carcajadas retumbaban en los cristales detenidos y las ventanas parecían ojos  ciegos para un cuerpo sin alma, para un edificio despojado de vida.

Se ha detenido el tiempo en un silencio ingrato. Allí donde jugaban los niños, ahora sólo juegan los gatos.