Al principio de este encierro todos nos agarramos el corazón con el temblor repentino de la bofetada inesperada, de la súbita sorpresa, del incomprensible silencio sobre la huella detenida.

Tuvimos que inventarnos una coraza, una esperanza, una falsa salida para no naufragar entre tanta incógnita, entre tanta interrogante sin respuesta, nos dijimos: de aquí salimos reforzados, reformados, resucitados.

Pero la humanidad es persistente. No sólo tropieza dos veces con la misma piedra, si no que, desde su primera caída, ya no ha sabido reponerse, es más, sigue rodando sobre el lodo de su propio vómito, de su íntima descomposición moral y emocional.

Este encierro no nos va a cambiar nada, si acaso, aumentará el volumen de nuestro propio ego.

El virus podrá ser vencido, pero no nuestra inútil, egoísta y contradictoria condición humana.