Con la pandemia nos ha llegado otra nueva forma de entender el arte: los artistas efervescentes.

Llamadme sibarita, refinada, inculta o sobradamente estúpida.

En algunos casos el arte ha dejado de ser arte para convertirse en una machacona insistencia para demostrar que cantamos primorosamente, somos los mejores rapsodas o tocamos el violín chirriando y desganados; eso sí, siempre muy solidarios.

Pero la solidaridad no necesita de emergentes artistas, a veces el silencio es su mejor aliado. El arte no es un herramienta para expiar pecados, abanderar vanidades, ni alimentar egolatrías. Y mucho menos a costa de una pandemia.

Los artistas ya existían antes de la pandemia y resultaban ser bastante ignorados, molestos y minusvalorados.

Si acabas de encontrar tu vocación:

No es necesario que, diariamente, cantes ese himno ridículo en el balcón, mandes videos recitando a poetas que ni siquiera conoces, ni intentes enternecerme el corazón con paisajes bucólicos en medio de la nada, rodeado de margaritas.

Déjame vivir este duelo de crisálidas imberbes sin interrupciones, sin descubrimientos magnánimos de tu alter ego. 

P.D.:  Y ahora es cuando mi madre me dice: «Hija mía: calladita estás más guapa»