Después de cincuenta días encerrados en casa han dado vía libre para salir a hacer deporte. Y las calles, de repente, se han poblado de gente que apenas sí sabían lo que eran unas zapatillas, una bicicleta o una sentadilla.
Un país entero ha regresado a las aceras, aunque sólo por unas horas, para intentar recuperar esa forma física que nunca han tenido, equilibrar las pulsaciones, hastiadas por el desconcierto, y controlar la glucosa, como quien controla una voluta de oxígeno en el océano.
A este paso, las Olimpiadas serán nuestras, eso sí, con guantes y mascarilla.
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