Según el calendario es viernes, pero mi mente dice que es domingo.
El pijama huele a festivo permanente, como a esos churros que nos regalamos cuando enmudecen los despertadores mientras suenan las campanas de la iglesia. El pijama es mi mejor aliado, se ha convertido en mi segunda piel, la piel de una mortaja viviente.
En cuanto salga del confinamiento voy a prenderle fuego. A partir de entonces dormiré desnuda. Ya no quiero más domingos forzados en mi vida.
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