Allá  donde retorne mi memoria siempre los encuentro a ellos. Apilados en las estanterías, escondidos entre las sábanas, hacinados en los armarios o revoloteando sobre las mesas, compartiendo café con los desabridos folios que buscan el abrazo perpetuo de la indeleble tinta.

Allá donde miren mis ojos están ellos. Sinuosos y lascivos, profundos y livianos, volátiles, porosos como rocas de claustro o pertinaces como cruz de cementerio.

Allá donde mis manos alcancen están ellos. Fieles amigos, eternos compañeros.