
El horizonte de mi casa es amplio.
Detrás de las paredes huele a solidaridad y esperanza.
Aquí los besos se agazapan entre las almohadas, saltan sobre las sartenes y se sumergen, junto a las verduras, para alimentarnos con sopa de alegría. Me cuentan que muy pronto volverán a nuestros labios.
Hacía mil siglos que no nos mirábamos a los ojos con la incertidumbre de una incógnita imprecisa. Entonces, estábamos enfermos. Enfermos de prisa, rutina y avaricia.
Ahora resucitamos.
Desde el miedo, resucitamos a la vida.
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