Te quiero todos los días.
Incluso cuando no sabía que existías.
Incluso cuando no sabía si existirías.
Incluso cuando yo no existía si tú no existías.
Te quiero ahora que los días se nos hacen pequeños
y las noches eternas.
Te quiero cuando tu sonrisa lo llena todo,
como una cascada de vida interminable,
en las interrogantes absurdas de los adultos
que siguen buscando el grial inconsciente de sus besos sin norte.
Te quiero porque llevas la sangre de mis deseos,
el estigma maculado de mis enérgicos besos,
la sed, el hambre, el sueño…
Te quiero porque todo allá donde mire
lleva tu nombre, el paisaje de tus ojos,
la infinita clemencia de tu latido preciso y sentido.
Te quiero tanto que,
en un alarde de romántica esperanza,
espero que me recuerdes con la benevolencia de la luz que transita
estos días apagados de verano.