El luto sabe a vino rancio. Soledad aguada y esperanza catatónica.

El luto tiene cuatro esquinas como la cama de un moribundo.

Cuatro esquinas amparadas por las interrogantes del alma, mientras un batallón de puntos suspensivos se deslizan, agónicos, entre los pliegues crepusculares de la esperanza.

El silencio se vuelve denso, como la eterna gelatina de un beso discontinuo.

Cuatro esquinas para un solo duelo.

El silencio.

La tristeza.

El llanto.

El recuerdo.

Y desde el horizonte, llegando como una fina lluvia, el amor.

Todo lo demás es accesorio, incluso la luz.