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LAS ESQUINAS DEL LUTO

El luto sabe a vino rancio. Soledad aguada y esperanza catatónica.

El luto tiene cuatro esquinas como la cama de un moribundo.

Cuatro esquinas amparadas por las interrogantes del alma, mientras un batallón de puntos suspensivos se deslizan, agónicos, entre los pliegues crepusculares de la esperanza.

El silencio se vuelve denso, como la eterna gelatina de un beso discontinuo.

Cuatro esquinas para un solo duelo.

El silencio.

La tristeza.

El llanto.

El recuerdo.

Y desde el horizonte, llegando como una fina lluvia, el amor.

Todo lo demás es accesorio, incluso la luz.

LUTO

Para todas las madres que han perdido a sus hijos.

Para ti, Mercedes, desde el corazón.

Se me ha amontonado el luto como se aglutinan las moscas ante la miel del verano.

Como se desperdician las manos en los andenes vacíos tras la salida del último tren sin pasajeros. Un tren que se escapa, indecente e imprevisible, con la maleta perdida que guarda el aliento de nuestra propia vida.

Se ha quedado pequeño el latido, tan minúsculo como una porción desmemoriada naufragando en el último capítulo de la esperanza.

Y ya nada parece que sea real, salvo este impulso visceral de descorrer las ventanas para lanzarse al vacío del olvido.

Y que todo vuelva a empezar, y que el vientre se dilate, de nuevo, como una nube de inmaculadas esencias. Útero azul hospedando la eternidad.

Sin embargo, el vacío de ti, como un enjambre de euforia desbocada, toma asiento en el salón.

Sabes que ya nunca volverá el paisaje de antes, aunque el camino, jalonado de silenciosos cipreses, empuja. Cada guijarro impone un nuevo punto de sutura.

Ahora toca sobrevivir.

Se nos ha amontonado el luto.

Imposible vencer al dolor con un solo corazón.