Pues sí Marichen ya estamos otra vez, como quien dice, en Navidad y, como quien no quiere, acabando otro año.
No he tenido tiempo de comerme los polvorones del año pasado y ya se me vienen encima las celulitis mórbidas de los roscos de vino y el turrón de chocolate. Hay que empezar a afinar la pandereta y quitarle el moho al pino de plástico con sus adornos de cartulina, y hacer de tripas corazón o, mejor, tragárselas como puños para no acordarse de la madre de algún que otro político que anda celebrando navidades eternas entre corruptelas y negocios sucios.
Y es lo que yo te diga, con el carné de paro en la mesita de noche (por si se les ocurre montar una inspección de madrugada) y la cartilla del banco temblando de frío, no sé que paz y amor voy a colgar yo este año en la puerta, más bien cambiaría el letrero para poner: «se agradecen donativos, aunque sean de esperanza».
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