Bienvenidos al hogar de mi alma

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EL OTOÑO, LA LLUVIA, EL SILENCIO.

No nos ha dado tiempo a desplegar los paraguas. Y llueve.

Y ahora, de repente, se ha instalado el otoño.

Es cierto que asomándose octubre por las esquinas del calendario toca alargarse las mangas, cubrirse las rodillas e inventarse un dobladillo más para las díscolas faldas del verano.

Pero siempre sucede igual: de forma instantánea, sin avisar, dejándonos en mitad de una frontera vestida entre hojas ocres y el salitre espumoso de la arena.

No queda tiempo para la añoranza.

Solo quedar seguir camino y esperar que el sol, de nuevo, aparezca sobre el horizonte de la esperanza.

Quizás mañana. O tal vez nunca.

Fluir, como fluye el silencio en la incógnita de todas las despedidas.

LOS SUEÑOS

Es imposible cerrar los ojos a los sueños. 
Los sueños conscientes, reales, palpables. 

Sueños que dejan de ser humo para convertirse en luz, 
vida y materia tangible. 

Ellos nos guían. 

Se acomodan en el alma con su urdimbre de seda,
tan liviana y azul, tan mágica, tan poéticamente libre,
tan fugazmente eterna.

A través de los sueños rozamos la eternidad, 
la mínima eternidad que regala un beso lanzado al aire
sin necesidad de retorno.

Somos seres racionalmente dormidos,
alocadamente despiertos.
Somos el hilo desprendido de una esperanza que huele a eterna primavera.

LA ESPERANZA

Si perdemos la esperanza sólo nos queda morir.

Morir así, como lo hacen las violetas: de puro hastío primaveral, letal sobredosis de alegría sin motivo.

Pero morir voluntariamente a estas alturas de incertidumbre no quedaría bien.

Sigo aferrándome a ella, a su delicada epidermis de mujer herida, escamada y taciturna, tejida sobre el telar de lágrimas de todas las luces que me precedieron.

Si perdemos la esperanza sólo nos queda dormir.

Dormir sobre la urdimbre desolada de los sueños muertos.

Reflexión de sábado


A veces siento que no me siento.
Las pestañas balancean un rastro infame de olvido,
decaen en la ingravidez de la tristeza,
se vuelven huracanes desprendidos de la desmemoria,
el último vestigio de la esperanza.
He tocado fondo.
Ahora la vida es otra cosa.
Hay que nacer de nuevo.
Cada día, cada instante.
Volver al embrión con la luz de la vida nueva.
No ser.
Respirar.
Renacer más allá del conocimiento y la memoria.

La infancia perdida

Su destino era de pluma, de eternidad etérea y enamorada.
De grácil transparencia lírica.
Por eso cuando me pidió abrir la puerta, con la mirada puesta en el infinito, las alas recién planchadas para el viaje de las estrellas, le dije que no se olvidara la sonrisa ni la maleta de caricias azules y que esa puerta quedaba abierta para siempre porque la llave la había tirado al pozo de la esperanza.
Su destino era la luz,
mientras yo sigo buscando, todavía, mi tímida lámpara.

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