Es imposible cerrar los ojos a los sueños. 
Los sueños conscientes, reales, palpables. 

Sueños que dejan de ser humo para convertirse en luz, 
vida y materia tangible. 

Ellos nos guían. 

Se acomodan en el alma con su urdimbre de seda,
tan liviana y azul, tan mágica, tan poéticamente libre,
tan fugazmente eterna.

A través de los sueños rozamos la eternidad, 
la mínima eternidad que regala un beso lanzado al aire
sin necesidad de retorno.

Somos seres racionalmente dormidos,
alocadamente despiertos.
Somos el hilo desprendido de una esperanza que huele a eterna primavera.