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Poema imperfecto para dos niños con alas

 

                                 Para Diego y Daniel, en su segundo cumpleaños

He acabado sembrando piruletas bajo una seta de chocolate,
escarchando de azúcar la mejilla de la luna
y rebozando de algodón las copas de los árboles
que se mueren de envidia al calor de vuestras risas.
En la mesa ya tengo preparada una fuente de canela lírica,
fresones que se mueren de vergüenza al veros devorando
la nata nívea de los días azules
sobre el impertinente tránsito del calendario.
Es la eternidad hecha caballito de madera,
la duda y el olvido conjugándose en un puzzle
de redondeadas aristas enamoradas,
y esa oronda geografía de la pelota hecha cabriola
sobre la selva ignota de los parques vacíos.
Mirad como se ha llenado de hadas transparentes el horizonte y la lluvia,
como suenan vuestros nombres más allá de la piedra,
como, a pesar de los pozos y el llanto,
la luz sigue emergiendo desde las corolas intactas de la primavera.
Es la explosión de la vida que ocupa vuestros ojos
y desborda las alacenas pletóricas de miel enamorada.
Pero ya es la hora,
plegad vuestras alas,
lavaros las manos
y sentaros a la mesa,
hoy el menú sabe a esperanza
y el postre tiene las raíces inmortales de vuestra memoria.

Nos seguimos viendo en el camino

Cambiar el calendario así, de repente.

Descolgar la foto de los gatos amorosos para plantar bambú en medio de la pared desierta y con desconchones de siglos.

Mirar hacia atrás con los  ojos anegados de benevolencia para girar las cervicales hacia el camino que nos viene plagado de  esperanza.

Tomar impulso.

Respirar tres veces e imaginarse alas allá donde el desaliento toma voz y se hace fruto.

Llenarse los bolsillos de fe, de luz gratuita, de latido y lluvia y volver a calzarse, nuevamente, las botas impermeables de la vida.

Os sigo esperando en el camino.

La navidad que se avecina

Pues sí Marichen ya estamos otra vez, como quien dice, en Navidad y, como quien no quiere, acabando otro año.

No he tenido tiempo de comerme los polvorones del año pasado y ya se me vienen encima las celulitis mórbidas de los roscos de vino y el turrón de chocolate. Hay que empezar a afinar la pandereta y quitarle el moho al pino de plástico con sus adornos de cartulina, y hacer de tripas corazón o, mejor, tragárselas como puños para no acordarse de la madre de algún que otro político que anda celebrando navidades eternas entre corruptelas y negocios sucios.

Y es lo que yo te diga, con el carné de paro en la mesita de noche (por si se les ocurre montar una inspección de madrugada) y la cartilla del banco temblando de frío, no sé que paz y amor voy a colgar yo este año en la puerta, más bien cambiaría el letrero para poner: «se agradecen donativos, aunque sean de esperanza».

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