Más allá de los crespones negros, banderas a media asta, silencios íntimos o mutismos gubernamentales, existe y persiste el luto.

El luto como espacio habitable para la nada, para el vacío sin despedida, para el rezo místico de la indiferencia que se desliza por las grietas del primer mundo. Este mundo resquebrajado como una vasija de porcelana y que agoniza hecha añicos en tantas cunetas de la historia.

El luto es esa mancha insidiosa imposible de eliminar y que nos recuerda, cada día, que si la vida es breve, la muerte se eterniza como un océano de insondables fronteras. La muerte, es el punto y final que pone nombre a nuestra fragilidad humana. Nada más.