El día de mañana, cuando nos digan que por fin podemos tocarnos, el abrazo será de tal magnitud que abarcará el universo fluvial de las esencias, la fosforescente plenitud de los silencios, la perpetua arrogancia de los latidos.
Y será tan intenso que desbordará el horizonte con un millón de barcos, los mismos que estuvieron encallados en el puerto del silencio estos días, días eternos que parecen siglos, siglos dilapidando la inmortal soberbia del ser humano.
Y después del abrazo vendrá el beso. Ese beso que brota sobre el manantial ingenuo de la perfecta derrota, del vencido colapso de la memoria, de la entrega total y definitiva. Ese beso que romperá la barrera del sonido con el cántico celestial del deseo renacido.
El día de mañana. Mañana mismo.
Verdad absoluta.