El tiempo, de repente, se ha convertido en un minúsculo cronómetro con los granos de arena limitados.
A veces parecen repetidos. Otros suenan a presentidos. Y los que menos, a sorprendentes. Hemos entrado en una línea tan horizontal como la innecesaria soledad del horizonte.
Sin embargo, todos los días, sin olvidar uno en mi senil memoria, me acuerdo de todos aquellos a los que amo.
A los que acaban de llegar a mi vida para llenar las copas de la esperanza. A los que estuvieron siempre con los brazos abiertos y la luz encendida. A los de sangre. A los de aliento. A los que no sabía que quería, a los que no sabían que me querían. A los que se fueron. A los que permanecen. A los que vendrán. A los que nunca se fueron.
El tiempo se acorta a la medida justa que el amor se agranda.
Se vuelve urgente olvidar la voz del dolor para ampliar el susurro de la alegría.
Amo en la justa medida de mi memoria y en perfecto equilibrio de mi corazón.
Estoy a salvo.
Sin embargo, todos los días, sin olvidar uno en mi senil memoria, me acuerdo de todos aquellos a los que amo.
¡Cómo me gustan tus sentimientos escritos, se me cuelan por los ojos y ya no paran hasta mi caballito rojo loco! Gracias y gracias, Sacra.