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DÍA 79: La soledad de las banderas

Las banderas se quedan siempre solas, engarzadas a un palo, ondeando su textil  anatomía a merced de un viento caprichosamente ridículo. Lanzando sus consignas solidarias, herméticas y, en la mayoría de ocasiones, vacías. 

Sin embargo, como fantasmagóricas figuras anacrónicas y voraces, de vez en cuando se descuelgan envolviendo las espaldas, ajustándose a las gráciles cinturas o dejándose entrever por las mejillas bucólicas de la patria más rancia y despistada.

Las banderas nos son nada si detrás de ellas no hay un corazón grupal, una voz múltiple cuya única consigna sea el respeto y la libertad.

Las banderas se quedan siempre solas, lanzando lágrimas de fibra, pequeñas pústulas de algodón, deshilachadas y enfermas, como descoloridos fantasmas en un mundo agonizante de luz.

DÍA 78: El colegio confinado

Hoy he pasado, después de casi ochenta días, por la puerta del colegio.

Allí donde los niños jugaban ahora juegan los gatos. Los pájaros habitan los columpios y, entre las baldosas, ha crecido una selva de pequeñas hierbas, florecillas diminutas, botones de espiga y hojas minúsculas como aleluyas de vida.

Todo estaba en silencio. Ni un rastro de bocadillo mordido con el chorizo reseco, ni un balón encajado en la portería, ni siquiera dos estrofas de una canción al ritmo de una comba.

Nada

En las persianas caídas no se asomaban las curiosas manitas de los más distraídos, tampoco las carcajadas retumbaban en los cristales detenidos y las ventanas parecían ojos  ciegos para un cuerpo sin alma, para un edificio despojado de vida.

Se ha detenido el tiempo en un silencio ingrato. Allí donde jugaban los niños, ahora sólo juegan los gatos.

DÍA 77: Ruido

Después de más de setenta días en silencio, ¿de dónde ha salido tanto ruido? ¿tanto tráfico? ¿tanta prisa para ir a ninguna parte?

Hace unos domingos sólo se oían los aplausos, alguna canción desentonada, el piar de los pájaros que hablaban gozosos ante el eco profundo de la tierra y ese murmullo primaveral en el que se oían crecer los geranios como símbolos de vida en su auténtico latido.

Pero hoy de repente se nos ha colado el ruido. El ruido del tráfico exasperado. El asfalto vuelve a rugir con un atronador estallido de motores, tubos de escape como bocas de volcanes y cláxones que quieren constatar su desagradable presencia, con o sin coronavirus. 

La humanidad vuelve a la calle. El ruido todo lo ocupa.

El ruido como único lenguaje.

DÍA 75: Los viernes desplazados

Recuerdo hace unos años… bueno, en realidad unos meses, recibíamos los viernes con esa alegría explosiva con la que los niños esperan la mañana del 6 de enero. 

Hacíamos planes, quedábamos con los amigos, con la familia,  y se nos abría una expectativa mágica y sorprendente para dos días de descanso, de fiesta o de crecimiento personal entre el aburrimiento y la apatía precisa.

Sin embargo, ahora, los viernes han quedado desplazados. Se han quedado temblando en el borde del calendario como aprendices de funambulistas o  magos jubilados que dejaron la chistera olvidada en cualquier rincón de la memoria.

Volverán de nuevo cuando sepan que estamos preparados para una explosión de sana alegría.

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