Recuerdo hace unos años… bueno, en realidad unos meses, recibíamos los viernes con esa alegría explosiva con la que los niños esperan la mañana del 6 de enero.
Hacíamos planes, quedábamos con los amigos, con la familia, y se nos abría una expectativa mágica y sorprendente para dos días de descanso, de fiesta o de crecimiento personal entre el aburrimiento y la apatía precisa.
Sin embargo, ahora, los viernes han quedado desplazados. Se han quedado temblando en el borde del calendario como aprendices de funambulistas o magos jubilados que dejaron la chistera olvidada en cualquier rincón de la memoria.
Volverán de nuevo cuando sepan que estamos preparados para una explosión de sana alegría.
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