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DÍA 44: La pereza

1853 – Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches – Federico Madrazo

Ante la falta de expectativas para el futuro, llega ella.

Ha dejado su tocado de damisela en la entrada de la sala y se ha recostado en el sillón  tapizado. Las mejillas sonrosadas, con ese rubor naturalmente forzado de las jóvenes lascivas que se rinden ante el silencio de la costumbre.

Los ojos albergan la brillantez precisa, esa chispa serena de una juventud que navega entre el romanticismo de la tormenta y el clasicismo del mar en calma.

De vez en cuando agita su abanico de rancios plumones, mientras suspira con la bocanada precisa de un bostezo antiguo y profundo como  el ombligo de un pozo. Pero el pintor no lo sabe, ignora que tras la dulce complacencia de sus labios joviales, se encuentra el hastío infinito de todo el universo.

Ante la falta de expectativas para el futuro, llega ella: la pereza.

DÍA 43: ¿Paseamos?

Hoy me he puesto las zapatillas de andar. Hacía tanto que no me daba un paseo que temía que hubiesen quedado mimetizadas con el paisaje estático de mi casa. Me ha costado encontrarlas. De hecho casi no recordaba cuál era su color. Pero allí estaban. Esperándome, relajadamente emparejadas.

Puede que sólo sea fruto de mi imaginación pero me ha parecido ver como se les erizaban las cordoneras, casi deshilachadas por el abandono, al mismo tiempo que las plantillas emitían un suspiro de alivio viendo que salían, por fin, del forzado confinamiento de la caja de cartón. Las suelas se contoneaba como danzarinas  exóticas de «las mil y una noches», entre el entusiasmo recobrado y la sorpresa de una nueva aventura, por fin recuperada. 

La brújula de las punteras miraban hacia el norte de la puerta mientras gritaban consignas de libertad, pero al llegar a la frontera una alambrada impenetrable nos ha detenido. Hoy tampoco pisaríamos la calle, pero el paseo no nos lo íbamos a perder. De la cocina hasta el salón, del dormitorio al cuarto de baño, visita al «desastrero», una vueltecita por la galería y cuatro entradas al cuarto de Alma que anda enredada entre el latín, el valenciano y la filosofía desbocada. Hoy toca jornada completa.

No hemos salido a la calle pero, mis zapatillas y yo, hacía tiempo que no nos sentíamos tan felices.

 

DÍA 42: La memoria

Recuerdo aquellos domingos de invierno en los que buscábamos el abrigo del hogar. Una película, el sofá, la manta y una bolsa de pipas. Era el momento de encontrarnos tras una semana de idas y venidas, encuentros fugaces y desencuentros superados, a menudo, con el silencio.

También recuerdo los domingos de primavera y otoño paseando por la montaña, jugando a saltar las hojas ocres o recogiendo las primeras prímulas salvajemente serviciales. Corriendo bajo el manto sereno de la lluvia, disfrutábamos de ese perfume que regala la naturaleza cuando se va transformando.

Y esos domingos de verano que saben a arena caliente y dulce salitre. A sandía bulliciosa, a cerveza de terraza y helado de vainilla. Esos domingos donde hasta las sombras abrasan y las noches se perpetúan ausentes de brisa. Domingos de luz infinita encaramados en todos los rompeolas de la vida. 

Domingos de mi vida que hoy se deslizan por la memoria.

DÍA 41: Abuelos a distancia

Todos los días, frente a mi ventana, una legión de abuelos y abuelas saludan a sus nietos.

Los pequeños, pegados al cristal , asoman sus caritas sonrientes buscando el encuentro perpetuamente fugaz de sus caricias, inalcanzables como plumones desprendidos de los etéreos arcángeles.

» Muy pronto te prepararé los macarrones que tanto te gustan». 

«Volveremos al parque, incluso aunque haga lluvia».

«¿Te acuerdas de Caperucita? La abuelita se salvó del lobo feroz».

«No olvides nunca que dos más dos son cuatro, aunque a veces parezca que son treinta y seis». 

Y la acera se llena de risas, de abrazos que vuelan como cometas en abril, de te quieros inmaculados que se enredan en los balcones como raíces eternas de frutal armonía. Y los abuelos lanzan besos y los niños los atrapan con su cazamariposas de alegría.

Y la avenida se llena de vida, de luz y esperanza. De manos alzadas, de besos lanzados como dardos de espuma, de risas que rompen este ensordecedor silencio de incógnitas imprecisas.

Todos los días, frente a mi ventana, la vida se llena de nuevos motivos para la esperanza.

DÍA 40: El limbo

Y si hubiéramos muerto y ni siquiera nos hemos enterado. Estaríamos viviendo en un limbo en el que esperamos la suprema decisión. ¿Mereceremos el Cielo o, quizás, caeremos abocados al Infierno?

No es sencillo vivir así. Esta jaula de inmaculada desinfección ha plegado sus ventanas hacia el paisaje mimético de la indiferencia. Un silencio de olvido se filtra por las persianas y las cortinas supuran la eterna abstención de la esperanza. A lo lejos, como un eco repentino de voces indelebles, se escuchan las pisadas de los que han quedado reducidos a las cenizas del mutismo.

Quizás hemos muerto y nadie nos lo ha dicho. 

Mientras llegan noticias, sólo nos queda bailar.

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