«No solo mueren los seres vivos, también fallecen las ideas, los amores, las amistades y los sueños. Pero ¿en qué lugar se incinera tanto sentimiento baldío? ¿Cómo se afronta ese duelo?»
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Antolín se cayó de la cama con el primer compás del despertador. Tenía la sensación de haber vivido una historia tan tétrica que hasta la garganta le sabía a azufre.
Apenas podía definir las imágenes pero tenía una extraña sensación de familiaridad. Seres voluptuosos, cercanos y oscuros, con los incisivos recubiertos de un sarro rancio y lejano, sin embargo tan cercano. «Somos tus amigos», dijeron con la voz ronca de la arrogancia perpetua.
A pesar de la clara y tétrica experiencia, Antolín seguía confiando, aunque algo en su corazón se había roto con el golpe.
Mientras tanto, la música sonaba intentando despertarle.
Despertarle a la vida.
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