Por los páramos desérticos de la madrugada,
el viento fluye, en eterna fuga,
como de un ánfora penetrada de grises amapolas.
Dulce silencio que abruma estrellas de mediodía.
Como un océano pleno de horizontes
emerge el paisaje colmado de luz.
La noche acaba abocada al más lejano olvido
de aladas nocturnas y aves de añil.
Todo el sueño reposa en silencio bajo un volcán
sembrado de ríos gorjeantes de caña y junco.
Amanece sobre un tiempo de lunas y ciegos ecos
entre páramos de escarcha y rosado abril,
a lo lejos, como dulcemente punteada,
la tierra se llena de iris y cobre,
letargo mineral sobre la albahaca tierna
recién enamorada de un viento estrenado de luz.
Todo crece tras el bullicio materno de las raíces
prolongando sus miembros hacia el profundo sueño
de las más recónditas luces germinadoras.
Por los páramos desérticos de la madrugada
la vida estalla entre pausados tonos de soledad.
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