Todos los días parecen iguales, pero no lo son.

Los tediosos lunes, en los que la pereza se imponía sobre el bramido del despertador, han pasado a convertirse en la prolongación de un domingo descafeinado, la esquina redondeada por transeúntes sin voz, sin olvido y sin memoria.

Todos los días parecen iguales, pero no los son.

Se han asentado en el calendario con su rutinaria lealtad de siglos, y parecen ir pasando como los barcos que cruzan el horizonte sobre los océanos de la esperanza. Pero cada día viene con su tormenta precisa, su amanecer renovado, su luna escarchada como de nieve enamorada.

Todos los días parecen iguales pero, afortunadamente, no lo son.