Cuando Alberto entró en la tienda supo enseguida que aquella maleta era la suya. A simple vista podía calcular su espacio interior. El cuerpo de Aurora cabría perfectamente.
La dependienta le dejó recorrer el establecimiento con total libertad, sabiendo que entre la gran variedad de maletas que ofrecían, el cliente podría encontrar la más adecuada. Cuando le vio acariciar la de piel granate, supo que la elección ya estaba tomada. Era la más grande que tenía en stock, quizás por ello la venta se resistía, ¿para qué llevar un bulto tan grande pudiendo repartir el peso en dos? Sin embargo el hombre parecía tenerlo muy claro.
-¿Cuál es su precio?- preguntó el cliente.
-Ciento veinte euros-contestó la chica.
-Me la llevo-dijo el hombre.
-Tengo otras, de ese tamaño, que llevan ruedas y son más fáciles de transportar, sea cual sea el objeto- le sugirió la dependienta.
-No, no, gracias. Además no es un objeto lo que voy a transportar.
La chica bajó la maleta de la estantería.
-¿Es para regalo? ¿Se la envuelvo?
-No, no, me la llevó puesta- quiso bromear el hombre, aunque su rostro sólo reflejaba una adusta seriedad.
Cuando llegó a casa, allí estaba Aurora, tumbada en el sofá. Sus ojos cerrados recordaban a una diosa griega yacente. La observó durante largo rato hasta que le cogió de la mano:
-Despierta cariño, he comprado una maleta más grande, el truco de magia hoy nos saldrá mejor.
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