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LA MALETA

Cuando Alberto entró en la tienda supo enseguida que aquella maleta era la suya. A simple vista podía calcular su espacio interior. El cuerpo de Aurora cabría perfectamente.

La dependienta le dejó recorrer el establecimiento con total libertad, sabiendo que entre la gran variedad de maletas que ofrecían, el cliente podría encontrar la más adecuada. Cuando le vio acariciar la de piel granate, supo que la elección ya estaba tomada. Era la más grande que tenía en stock, quizás por ello la venta se resistía, ¿para qué llevar un bulto tan grande pudiendo repartir el peso en dos? Sin embargo el hombre parecía tenerlo muy claro.

-¿Cuál es su precio?- preguntó el cliente.

-Ciento veinte euros-contestó la chica.

-Me la llevo-dijo el hombre.

-Tengo otras, de ese tamaño, que llevan ruedas y son más fáciles de transportar, sea cual sea el objeto- le sugirió la dependienta.

-No, no, gracias. Además no es un objeto lo que voy a transportar.

La chica bajó la maleta de la estantería.

-¿Es para regalo? ¿Se la envuelvo?

-No, no, me la llevó puesta- quiso bromear el hombre, aunque su rostro sólo reflejaba una adusta seriedad.

Cuando llegó a casa, allí estaba Aurora, tumbada en el sofá. Sus ojos cerrados recordaban a una diosa griega yacente. La observó durante largo rato hasta que le cogió de la mano:

-Despierta cariño, he comprado una maleta más grande, el truco de magia hoy nos saldrá mejor.

El Papa y otras cosas del querer

 

Pues sí, Marisanta, vete planchando la peineta, cardándote la mantilla y ajustándote los tacones de penitencias y otros sacramentos que nos vamos de turné televisiva para ver al Papa. Es verdad que ya no somos jóvenes, ni peregrinas y, si me pones, ni siquiera católicas, pero hay que hacer lo que todo el mundo hace para que no se diga que andamos como díscolas penitentes avivando las llamas del fuego infernal. Que a nadie le gustan las condenas eternas y, mucho menos, aquellas que se libran recitando un sonsonete tan arrítmico como ilógico, al final lo único que cuenta es el “amén” y persignarse con la destreza suficiente como para no despeinarse. Ya sé que para este agosto devastador se prefieren otras cosas: rondas libidinosas por Benidorm, buceos premeditados y con alevosía en unas cañas de cerveza bien fresquitas o poses imposibles para el recuerdo eterno en cualquier malecón donde la brisa del mar nos despeina la memoria; pero si te lo tomas con humor esto viene a ser como un souvenir más en la sala de trofeos de nuestra vida: ver un concierto de la Pantoja, casar a la prima solterona del pueblo y visitar al Papa vienen a ser pequeños gestos de amor a la humanidad que, según dicen, algún día serán recompensados en el otro mundo. Así que lo dicho, desentierra el catecismo y sácale brillo al rosario que, por una vez en la vida, vamos a hacer lo que los demás dictan, para que no se diga que andamos amando la vida a tontas y a locas.