Los unicornios no son una propiedad. Y, mucho menos, los azules.

Los unicornios planean sobre la memoria inmemorial del mundo.

Se alzan sobre las miserias del silencio, sobre el mortecino llanto, el hambre y la tristeza.

Vuelan sobre la deshilachada soledad del mundo mudo que muere de amores y de infinitas ausencias.

Planean sobre el niño que llora.

Alientan a la madre que esparce su útero, como una copa de paz viva, sobre la tierra.

Y al hombre celeste que pide lluvia y espacio para respirar.

Los unicornios azules son el rocío que alimenta el prado yermo de la desmemoria.

Son el patrimonio universal de nuestra alma.

El futuro de la esperanza y la luz.

La imaginación es el único paraíso en el que la libertad se vuelve real.