Bienvenidos al hogar de mi alma

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DÍA 82: El camino equivocado

¿Y si de repente te das cuenta que has equivocado el camino?

Es imposible retroceder.

La duda es un espejismo en una vida nunca planificada.

He cometido tantos errores como éxitos recibidos.

Valió la pena subir el telón.

Pese a todo, no me arrepiento de nada.

DÍA 81: Regreso a la luz

Para Nacho

La luz vuelve a la luz con el silencioso estallido de una burbuja de humo que retoma el camino de vuelta a casa.

Se hace presencia visible en la corolas de la memoria, mientras hilvana pétalos sobre las mantas alfombradas por la ausencia.

La luz teje con agujas de plata sobre el vértice de una luna virginal y voluble.

Pero aquí sigues tú, recién vestido con los tules de la lluvia, de la lluvia enamorada -mitad corazón, mitad brisa-. Y el mar, al fondo, tras las colinas, con su fidelidad precisa de arena blanca y caracolas limpias. 

Te está esperando: Luz de amor, luz de agua.

La luz vuelve a la luz. Espéranos.

 

Te quiero Jose, amigo.

DÍA 80: La vuelta al virus en 80 días

Si Julio Verne hubiera podido imaginar esta situación, quizás se habría olvidado de la Luna, del fondo del mar o del centro de la Tierra.

Hace ochenta días que la fantasía del escritor ha quedado tan anacrónica como ridícula. A nadie le apetece  conocer más allá de lo que habita frente a su ventana, sobre la acera de su barrio o en los rincones mutilados del dormitorio.

Llevamos ochenta días viajando sobre los fluctuantes envites de una incertidumbre que parece agrandarse sobre la delgada línea de lo permisible y lo prohibido, de lo divino y profano, de lo virginalmente bendecido bajo las banderas que ondean sus tímidas agonías amordazadas.

De repente, Phileas Fogg se ha convertido en un aguerrido cirujano.

El leal Jean Passepartout es el enfermero del aliento y la pericia.

Mientras, la dulce Aouda, como una matrona de vainilla, regala esperanza y vida bajo el sopor y el cansancio de tan largo viaje.

Son sólo ochenta días

La vida es más larga. Y el amor, infinito.

DÍA 79: La soledad de las banderas

Las banderas se quedan siempre solas, engarzadas a un palo, ondeando su textil  anatomía a merced de un viento caprichosamente ridículo. Lanzando sus consignas solidarias, herméticas y, en la mayoría de ocasiones, vacías. 

Sin embargo, como fantasmagóricas figuras anacrónicas y voraces, de vez en cuando se descuelgan envolviendo las espaldas, ajustándose a las gráciles cinturas o dejándose entrever por las mejillas bucólicas de la patria más rancia y despistada.

Las banderas nos son nada si detrás de ellas no hay un corazón grupal, una voz múltiple cuya única consigna sea el respeto y la libertad.

Las banderas se quedan siempre solas, lanzando lágrimas de fibra, pequeñas pústulas de algodón, deshilachadas y enfermas, como descoloridos fantasmas en un mundo agonizante de luz.

DÍA 78: El colegio confinado

Hoy he pasado, después de casi ochenta días, por la puerta del colegio.

Allí donde los niños jugaban ahora juegan los gatos. Los pájaros habitan los columpios y, entre las baldosas, ha crecido una selva de pequeñas hierbas, florecillas diminutas, botones de espiga y hojas minúsculas como aleluyas de vida.

Todo estaba en silencio. Ni un rastro de bocadillo mordido con el chorizo reseco, ni un balón encajado en la portería, ni siquiera dos estrofas de una canción al ritmo de una comba.

Nada

En las persianas caídas no se asomaban las curiosas manitas de los más distraídos, tampoco las carcajadas retumbaban en los cristales detenidos y las ventanas parecían ojos  ciegos para un cuerpo sin alma, para un edificio despojado de vida.

Se ha detenido el tiempo en un silencio ingrato. Allí donde jugaban los niños, ahora sólo juegan los gatos.

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