Bienvenidos al hogar de mi alma

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LUNES 8 XL: Todos los días

Todos los días parecen iguales, pero no lo son.

Los tediosos lunes, en los que la pereza se imponía sobre el bramido del despertador, han pasado a convertirse en la prolongación de un domingo descafeinado, la esquina redondeada por transeúntes sin voz, sin olvido y sin memoria.

Todos los días parecen iguales, pero no los son.

Se han asentado en el calendario con su rutinaria lealtad de siglos, y parecen ir pasando como los barcos que cruzan el horizonte sobre los océanos de la esperanza. Pero cada día viene con su tormenta precisa, su amanecer renovado, su luna escarchada como de nieve enamorada.

Todos los días parecen iguales pero, afortunadamente, no lo son.

LUNES 1 XL: El retorno

A Monterroso

Nos quedamos durmiendo con la esperanza de despertar en el paraíso soñado, añorado,enamorado.

La humanidad pluscuamperfecta, de nuevo.

Pero cuando despertamos, agitados por la mano imperturbable de Dios, nos dimos cuenta de que el dinosaurio seguía ahí.

Bienvenidos a la prehistórica luz del alma.

DÍA X: Dejo de contar

No, no voy a quitarme la mascarilla. 

No, tampoco voy a romper la frontera de la distancia social.

He prometido dar besos castos y a lo lejos, como quien lanza las cáscaras de almendra al pozo infinito de la infertilidad. 

Pero…  hoy dejo de contar. Los números me abruman, saben a chicle rancio en la boca de un desdentado. A incomprensible fórmula trigonométrica en la mochila de un estudiante despistado. Al arroz quemado en una paella alemana. 

Hoy dejo de contar. Le he dado tantas vueltas a los dedos que los juanetes me están suplicando clemencia. Demasiada presión para un cuerpo solo. Para una mente que está a punto de dejarse bautizar por la Santa Iglesia de los Infieles Locos.

Voy a seguir siendo obediente, lo prometo, pero hoy daré un paso adelante.

Hoy dejo de contar

DÍA 91: Caos y prudencia

Alicia se colocó la chistera con tal delicadeza que apenas se movió ni un sólo de sus ricitos de oro. Entró en la casita de chocolate, en la que una familia de osos esperaban impacientes la llegada de Caperucita Roja. 

-El pastel que hace la Bruja, con ricas frambuesas y manzanas envenenadas, es el que más nos gusta.-dijo mamá osa con su voz de soprano aterciopelada.

Alicia no le pareció correcto que un pastel con manzanas envenenadas fuera el mejor de los manjares, sobre todo porque, según le dijo Cenicienta, las manzanas son indigestas, mucho más si se toman pasada la medianoche. Sin embargo, prefirió esperar. Según el reloj de cuco que colgaba sobre la chimenea, todavía faltaban algunos minutos para las doce, hora exacta en la que tenía que coger la calabaza rodante para ir a la fiesta de No-Cumpleaños del Príncipe Morado (de tanto darle al vino había subido un tono de color). 

Apenas pasaron unos segundos, el umbral de la casita se iluminó con la presencia de Caperucita que lucía sus mejores galas, su capa roja, repleta de purpurina y lentejuelas, conjuntaba a la perfección con los chapines de rubíes que le llevarían de vuelta a Oz. Colgada del brazo de el Lobo Feroz, hizo una reverencia, y se despidió con solemnidad:

-Colorín colorado, este cuento no ha acabado.

Así es como descubrí que dentro del caos, la imaginación obra milagros y que la prudencia es nuestra mejor compañera.

DÍA 90: Abriendo fronteras

Es evidente que vamos a tener coronavirus para rato. Hay que ir acostumbrándose a las mascarillas, la distancia humana y esta sensación ingrata de sentirnos siempre en el filo de la navaja. Pero también es necesario, saludable y hasta amable, que empecemos a abrir fronteras, geográficas y humanas, físicas y anímicas.

De momento, yo me he despojado de la impotencia y el desaliento.

He abierto la muralla.

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