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DÍA 70: Madre no hay más que una

Las madres nunca cumplen años: los reconvierten, los descumplen, los resucitan y los utilizan como encaje que cuelga en las cortinas de la memoria, sobre los sillones de la alegría o en las mesitas de té con inmaculadas hojas de alegría.

Ellas saben remendar cualquier desgarro en el tapiz del corazón, ponen parches de saliva milagrosa en las heridas y siempre ponen la sal justa aunque sean postres aderezados sólo con ternura.

Ya lo dice el refrán: «Madre no hay más que una…» al resto del mundo lo encontré en la calle.

Te quiero madre.

Feliz cumpleaños.

DÍA 69: Año de descuento

Hoy cumplo un año más, y ya van 56. Si echo la vista atrás creo que he podido disfrutar de una vida plena en la que se han ido alternando éxitos y fracasos, alegrías y tristezas, dolor y placer, casi a partes iguales, lo cual me lleva a entender que ha sido, ante todo, una vida auténtica, ni más ni menos como la de la mayoría.

Sin embargo, hoy tengo que exponer un pequeño matiz: este año apenas lo estoy usando, hay semanas que las he pasado entre el silencio sepulcral del miedo y la mimética soledad de la incertidumbre. El paisaje de mis ojos se ha empequeñecido hasta convertirse en un ovillo de diminutas fibras clandestinas, un minúsculo ojo de buey como el de los herméticos camarotes de los barcos.

Por eso ruego, a quien corresponda, que este año me lo cuenten por menos. Una rebaja razonable a tenor de los días no gastados. Si admiten mi propuesta haganmela llegar lo antes posible. Yo les enviaré, contra reembolso y sin remitente, todas aquellas horas que no me sirvieron para nada. 

DÍA 29: Cumpleaños confinado

Hoy tenemos fiesta en casa. Celebramos cumpleaños.

Detrás de la ventana abril sigue imparable. Un eco de naturaleza jubilosa se deja filtrar por entre las cortinas y las aceras desiertas, permiten escuchar el murmullo de la vida que va creciendo entre sus grietas. Un rumor de partos múltiples va abriéndose paso entre los calendarios miméticos, ensimismados en su propia desolación.

Sin embargo, hoy aquí, entre estas cuatro paredes, tenemos fiesta. Celebramos un año más de vida. De vida que no se detiene. De vida que merece la pena. De vida compartida.

Feliz cumpleaños, amor.

Nosotros no pasamos, pasa la vida

Feliz Cumpleaños, Antonio Santos

Desde que sólo cumplimos dieciocho se nos ha tersado la piel y la memoria.
Incluso la risa se nos ha llenado de jilgueros.
Ayer descubrí que me habían crecido algunas petunias entre las cejas y yo sé que tienes guardados claveles en los bolsillos, esos que sólo sacas en las mañanas radiantes de lluvia y confidencias.
Desde que sólo cumplimos dieciocho se nos ha encogido la angustia y el desánimo
(a pesar que hay días de neblinas persistentes,
desazones envueltas en el llanto
o enmascarados silencios sobre el tránsito del mundo).
Desde que sólo cumplimos dieciocho se nos han alargado las pupilas más allá del paisaje crepuscular del horizonte,
más allá del térreo huerto indeciso en el que un viento frutal nos despeina la sonrisa.
Se nos han agrandado las espaldas por el peso de las intangibles mochilas
en las que guardamos aquellos versos que ya nadie se atreve a recitar por miedo la esperanza.
Y es que no hay nada, amigo, como volver a verse parido cada día
frente al asombro ígneo del ingenuo mundo
para seguir descubriendo que nosotros no pasamos, la que pasa, siempre, es la vida.

Homenaje a mí misma


Recuerdo que nací hace años, era tan pequeña que ya ni el odio de la dictadura me rozaba,
ni el hambre, ni el silencio, ni siquiera la emergente divinidad de los eternos arcángeles vengadores del pluscuamperfecto purgatorio.
Nací virgen y excéntrica, botón de mayo,
recién vestida para tomar la primera comunión de los cálices del viento.
A lo lejos, más allá de la frontera de osborne y el seiscientos,
se respiraban margaritas, volutas de humo de hierbas libertarias con sabor a eternidad.
Una playa que nunca llegaba y estaba detrás de una colina.
La televisión en blanco y negro, el ángelus a mediodía, y el sol entrando por los ventanales del mundo como si la vida acabara de empezar en ese instante en el que nos imaginamos felices.
Ese instante que no se vuelve a repetir nunca.
Nacer es un segundo en el tiempo inmemorial del infinito baldío.
El resto es solo la cómica representación de nuestro propio sueño que se va alargando hacia el pozo inclemente del adiós.
Recuerdo que nací hace años, casi siglos, y el mundo parece no haber cambiado
salvo por este vértigo que da asomarse al balcón de la vida y verse, cada vez, más cerca del olvido.

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