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El paraíso que nos espera


                              Para Claudia y Pablo en su cumpleaños
Existe un lugar mágico, después de pasar altas cumbres y curvas empinadas, donde el tiempo se detiene en el latido de una hoja. A lo lejos parece que existe una civilización de prisas y números, de bolsillos hambrientos y platos en penumbra, pero eso queda siempre detrás de las montañas, más allá de los vaivenes y la autopista, más al fondo de los restaurantes con menús apresurados.
Es nuestro paraíso particular y que lleva el nombre de nuestros sueños, el de los que fueron y se cumplieron, el de los que son y se disfrutan, el de aquellos que vendrán, engalanados de luz y vida plena. Es nuestro paraíso de barro y madera ahuecada, de ciervos que comen de nuestra mano y moscas que se disfrazan de hadas imaginarias, de globos y serpentinas y desfiles honoríficos cantando una marcha nupcial al dios de los contenedores.
Y comer con las manos más allá del estómago, y sonarse los mocos con las piedras del río, y descalzarse y volar sobre el infinito pecho de la Serranía de Cuenca que nos eleva en volandas como una cometa de lírica espuma.
Y volver a ser niños eternamente, más allá de estos ojos que nos acarician la memoria mientras nos soñamos ángeles a través de vuestras dulces risas.

Sólo el amor

                                      Feliz Cumpleaños
Al final la vida solo tiene una puerta de salida, aquella que conduce a dos caminos inequívocos, la muerte o el amor.
Dos senderos que llevan al silencio del paisaje visceral de la esperanza, elevándose en montículos de delirante energía.
Pero sólo uno de ellos puede ser compartido.
El resto es humo que se queda prendido en los malecones del olvido, en la asimétrica voluntad de los rascacielos, en el tétrico paisaje del desaliento. El resto, es aquello que divaga por los bolsillos entre la soledad ingrata de los botones perdidos.
Sólo el amor nos salva, amor, incluso de nosotros mismos.

Poema imperfecto para dos niños con alas

 

                                 Para Diego y Daniel, en su segundo cumpleaños

He acabado sembrando piruletas bajo una seta de chocolate,
escarchando de azúcar la mejilla de la luna
y rebozando de algodón las copas de los árboles
que se mueren de envidia al calor de vuestras risas.
En la mesa ya tengo preparada una fuente de canela lírica,
fresones que se mueren de vergüenza al veros devorando
la nata nívea de los días azules
sobre el impertinente tránsito del calendario.
Es la eternidad hecha caballito de madera,
la duda y el olvido conjugándose en un puzzle
de redondeadas aristas enamoradas,
y esa oronda geografía de la pelota hecha cabriola
sobre la selva ignota de los parques vacíos.
Mirad como se ha llenado de hadas transparentes el horizonte y la lluvia,
como suenan vuestros nombres más allá de la piedra,
como, a pesar de los pozos y el llanto,
la luz sigue emergiendo desde las corolas intactas de la primavera.
Es la explosión de la vida que ocupa vuestros ojos
y desborda las alacenas pletóricas de miel enamorada.
Pero ya es la hora,
plegad vuestras alas,
lavaros las manos
y sentaros a la mesa,
hoy el menú sabe a esperanza
y el postre tiene las raíces inmortales de vuestra memoria.

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