SUPERVIVENCIA EMOCIONAL

Bienvenidos al hogar de mi alma

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Neruda y sus preguntas (2)

Más preguntas que yo hubiera firmado porque se me ocurrieran a mí, pero sólo tengo aliento, a veces, para responderme incoherencias, y así llegar libre de pecado y conciencia un verso más.

«¿Por qué, para esperar la nieve,
se ha desvestido la arboleda?»

«Dime, ¿la rosa está desnuda
o sólo tiene ese vestido?»

«¿Hay algo más triste en el mundo
que un tren inmóvil en la lluvia?»

«¿Es paz la paz de la paloma?»

«¿Cómo conocieron las uvas
la propaganda del racimo?»

«¿Dónde está el centro del mar?
¿por qué no van allí todas las olas?»

«Libro de las preguntas» de
Pablo Neruda

Mi mundo y Maricarmen

                                                                                              A Joanmi Reig

Pues sí, Maricarmen, que hoy me invade la desgana. No sé, debe ser este frío glaciar, la descorazonada intransigencia de las entidades públicas o este huracanado sentimiento de haber perdido la esperanza en cualquier recodo del camino. Hoy no estoy para palabras ni para versos, hoy estoy, solamente, para que me mires al fondo de tu bola y me digas, como el espejo a la bruja de Blancanieves, que soy la más bella del reino.

Hazme un vudú de esos que tú sabes, risa adentro, carcajada jubilosa que cae como en una catarata de lluvia enamorada, eterno bálsamo para cuando los sueños se lapidan bajo un huracán de realidades precisas.

Mírame el tránsito de las estrellas, que mi planeta regente debe haber perdido su órbita y anda vagando zodiacos somnolientos a través de la Vía Láctea de mis venas.

Saca tu plumero de étnias infalibles, regalo virtuoso de un antiquísimo gurú que andaba descifrando el eco de la temblorosa enredadera, y hazme una apertura de chakras hasta en la misma médula de conciencia.

Menos mal que estás tú, Maricarmen, para regalarme la esplendorosa luz de tu bombilla, ahora que corren tiempos sombríos sobre las puertas cerradas.

 

Neruda y sus preguntas (1)

¿A alguien se le ocurre preguntar cosas tan maravillosas como estas?
Definitivamente, los poetas están fabricados con la materia incorruptible de la tierra y con el aliento mágico del cielo.

«Si he muerto y no me he dado cuenta,
¿a quién le pregunto la hora?»

«¿Por qué los árboles esconden
el esplendor de sus raíces?»

«¿Por qué Cristobal Colón
no pudo descubrir a España?»

«¿Y cómo saber cual es el dios
entre todos los dioses de Calcuta?»

«¿Hay sitio para unas espinas?
le preguntaron al rosal.»

«¿A quién le puedo preguntar
qué vine a hacer en este mundo?»

Del «Libro de las preguntas» de
Pablo Neruda

Cuando dejamos de ser niños

Cuando dejamos de ser niños nos convertimos en paraguas cerrados.
Miméticas macetas en un balcón sombrío.
Desvencijadas fuentes ocupando parques de siniestras soledades.
Cuando cerramos el libro de los cuentos para abrir el de las cuentas,
y sollozamos por los hospitales con las pólizas impolutas de los mil ocasos
mientras desdeñamos las piruletas que nos regala la planta de neonatos.
Cuando nos despeinamos las trenzas para cosernos los bolsillos,
y las manchas de carmín se interponen a las de nocilla,
entonces suena la tímida alarma que detiene al mundo en su lírico caminar,
entonces llegan los bomberos, la policía y la ambulancia,
pero ya es tarde, la niña que fuimos se ha quedado temblando al fondo del túnel mientras nos sonríe con la voluntad precisa de un adiós definitivo.
Cuando dejamos de ser niños nos convertimos, aunque nos pese,
en tímidos zombis, recién salidos de la peluquería y con la ropa planchada,
listos para comerse el mundo desde el mismo desaliento de la yugular.

Volviendo siempre

Pues sí, Marichis, parece que una se queda durmiendo, de repente, entre la última sílaba y el primer suspiro en suspenso de un verso enloquecido y mohoso. Que se recluye del mundo y su tránsito, de la vida y su beso, de la muerte y su daga. Pero es mentira, somos omnipresentes, aun quedando en el silencio, porque estamos hechos del mismo barro de dios, porque somos dios, porque nosotros lo inventamos para excusarnos ante el miedo y la pereza de ser libres. Ahora cuelga el teléfono, como siempre, y reza un responso engolado para mis asesinatos premeditados. Estoy dispuesta a ir a la horca, pero antes déjame decirte que, aunque parezca muerta, siempre vuelvo porque yo soy de las que insiste y tropieza, eternamente, en la misma piedra.

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