Te tengo demasiado olvidada, Mariadiós, pero es que ya me conoces. De aquí para allá; de un sueño a una sorpresa; de un cansancio a una inyección de energía; de una voltereta a un esguince en la memoria…
Cosas normales, acontecimientos rutinarios de un culo inquieto como el mío que, a fuerza de dilatarse, se ha hecho tan amplio que se ha convertido en un nido de cigüeñas celestes.
Y es que a estas edades, querida mía, la que no tiene objetivos nuevos cada día, ya empieza a cavarse su propia tumba, su propio hastío de urnas memorables sobre las cenizas impolutas de una muerte ejemplar.
La perfección no existe, y mucho menos en el ser humano.
(Lástima que lo descubramos a la par que le damos la última mano de barniz a nuestro propio ataúd)