Una siempre espera que surja el milagro:
volver al útero en su feliz letargo,
que las urnas se vuelvan generosamente honradas,
que el beso llegue al labio de la esperanza antes que al olvido
y que deje de llover, o no, en las aceras de la sonrisa.
Pero el milagro no llega y las hordas del desaliento afilan sus guadañas, así que no queda más que hidratarse el verbo para subrayar el aliento con el gozo preciso de los enamorados rotundamente finitos.
Escribes rotundo y hermoso, Sacra, me gustaría aprender de ti.
Un abrazo que te lee con admiración
Afortunadamente todos aprendemos de todos. Abrazos inmensos, Noah.