No le des más vueltas, la culpa ha sido de la cuerda de tender.
Se había vencido con el tiempo, ya estaba arqueada y sin color, apenas un mínimo hilo de costumbre la mantenía unida a la polea metálica que, chirriante y confusa, lloraba sin fuerzas por un leve aliento de viento más.
Y eso que lo intentamos con todo: los limpios algodones de bebé, el sutil encaje de las noches ardientes, las toallas con olor a lavanda de los días iguales o las sábanas dispuestas a pecados y sueños.
También compramos pinzas de colores: rojas de fresas y mermelada, azules de océanos inalcanzables o esas verdes que tintan esperanza más allá del patio vecinal.
Pero no ha podido ser, la erosión del silencio ha sido más fuerte que el cáñamo y la voluntad de supervivencia textil, la naturaleza ha impuesto su ritmo de verdades veladas y no nos acordamos de buscar una escalera para cambiarlas antes de estas tempestades.
No le des más vueltas,
la culpa ha sido de la cuerda de tender pero yo,
mañana,
me compro una secadora.