En el tímido cabalgar de los días iguales,
la costumbre se instala como una purpúrea culebrina de ingenuidad contundente.
Un aroma a verbena recién desbordada,
inusitadas cabalgatas de hipocampos celestes,
hórreos desbordando el grano de la fértil madreselva.
Todo,
todo se envuelve en la nada del febril tránsito del tiempo
en el que seguimos siendo una eternidad efímera
entre el holocausto tétrico de los dioses muertos.