Nuestra vida está llena de canciones, de músicas que van hilvanando un mundo de emociones que quedan latiendo a lo largo de nuestra historia.
Esta pertenece a mi infancia. Pero también a mi madurez.
En la primera etapa me la descubrieron las monjas de mi cole en un titánico intento por convertirme, definitivamente, a la fe.
En la segunda etapa me la resucitaron mis compañeros de teatro en un hermoso viaje al centro de la improvisación vital.
En ambos casos sigo naufragando, especialmente en el de la fe.
Deja una respuesta