Señores políticos, banqueros, y monarcas en general:
Estando, todavía, en completas facultades mentales (hasta que acaben de retirarme, definitivamente, mi asistencia sanitaria y entonces cualquier cosa puede pasar…) quiero pedirles un pequeño favor, si pudiera ser de vuestro agrado o, acaso, estuviera dentro de vuestra insigne agenda de beneplácitos y otras solidaridades:
¡¡Necesito tener vacaciones!!
Pero no las del Caribe, ni las de las bolsas de Suiza, ni siquiera las del chiringuito de Benidorm. Necesito que ustedes me dejen descansar durante, al menos un mes.
Treinta días paradisíacos en los que, cuando abra un periódico, encienda la televisión o el wasap se me desborde, no sea para enseñarme otra desvergüenza más, otro robo más, otro espolio más, otra mentira más, otra puñalada más,… otra bufonada más.
Llevo años dejándome la imaginación en los escenarios de nuestro país, desgranando sílabas en poemas que se quedan latiendo al borde de las páginas vacías, colaborando con la sed y el hambre, de lo que ustedes, todavía, no saben solucionar (a pesar de aportar mi contribución para ello, es decir, sus sueldos)
Denme solo treinta días y regalenme noticias felices, de esas en las que los príncipes tenían sangre azul y enamoraban a princesas que besaban labios de sapos. Traigan a mi mesa el agua de los manantiales justos, la sopa de los líricos andamios y esos postres que llevan el azúcar de los días iguales, de los segundos distintos, de la vida que se estrena cada instante para hacernos eternamente felices en nuestra condición natural.
Descansen de sus intensas vidas de corruptelas y juzgados, lapidaciones y condenas, sollozos y perdones que se esconden entre el lacónico rictus de la infamia y el descaro. Descansen de ser dioses en un mundo que cada vez se siente más ateo.
Esperando que atiendan este humilde escrito y me concedan la luz de su entendimiento (si es que aún les queda). Me despido desde la ensoñación de saberme, pese a todo, viviendo en un mundo libre.