Las palabras se han quedado temblando sobre la barandilla azulada del tiempo. Tiemblan como diminutas hojas ocres a punto de desprenderse de la rama sólida del calendario. Quisieran reinventarse, retornar a la juventud de los diccionarios, a la claridad de un paisaje renovado en la laxitud de una gramática desinflada por los libros de texto, por las herméticas matemáticas de la ortografía.

Las palabras observan el horizonte con la mirada tímida de un niño vencido por la edad, con la vejez justa para desfallecer mínimamente, como de puntillas, en silencio magistral y piadoso. Y están aquí, se reproducen, se multiplican como la arena de la playa, a sorbos de salitre, a golpes de espuma, caracola y canto rodado.

Las palabras: mucho más que palabras, mucho más que voz, pasado y futuro. Palabras siempre, eternamente.