Hacía algo más de veinte días que no le visitaba.
Seguía en el mismo sitio. Estático y sonriente.
Piadosamente silencioso.
Esperaba la visita de nadie, como el que espera, paciente, la resurrección de la luz tras la bienaventuranza de la lluvia.
Me hubiera gustado quedarme a merendar con él , tomarnos un vino y discutir de política.
Pero solo me he atrevido a dejarle unas flores amarillas en la lápida.
Eran las que más le gustaban.
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