Bienvenidos al hogar de mi alma

Categoría: Cotidiana eternidad (Página 33 de 41)

Vivimos tiempos raros

Pues sí, Mariagnusdei, vivimos tiempos raros, y no lo digo porque haya terminado la Semana Santa con sus procesiones, sus cirios enmohecidos, sus santos inmaculados y, sobre todo, su sanguinario calvario de cilicios en la conciencia y vómitos repentinos en el mismo primer instante del pecado original. Lo digo por tantas y tan pocas cosas nuevas, por tantos engaños, por tan pocas verdades. Pero, sobre todo, por tan y tan poco respeto.
Un piloto depresivo estrella un avión con un montón de pasajeros inocentes.
Un niño se fabrica una ballesta automática y decide poner muerte donde existe una natural diferencia de criterios.
Hay mujeres que se encapuchan, se ponen al servicio de unos terroristas religiosos, y se dedican a asesinar a diestro y siniestro.
Suiza se ha convertido el lugar de vacaciones ideal para los políticos y empresarios españoles.
Nos han expoliado, engañado, vejado y minusvalorado hasta convertirnos en unas piltrafas de la libertad. Para hacernos entender que la democracia es esto: el desolado paisaje de un país que sigue guardando sus tesoros morales entre la bragueta y el bolsillo de atrás.
En la televisión venden pastillas milagrosas para adelgazar, para reír, para llorar. Para hacer el amor con la entrega precisa y el orgasmo rutilante de un actor porno insaciable.
Por ir al teatro se paga el 21 por ciento de IVA, por ir al fútbol un 4 por ciento. Y ahora, que han tenido una eternidad de gobiernos inútiles, nos lanzan promesas, como dagas inciertas, en mitad del universo del raciocinio. Estamos en época electoral y los políticos nos quieren volver diabéticos con tanto azúcar disparatado, con tanto levantar el alquitrán de todas las calles.
Pues sí, Mariagnusdei, vivimos tiempos raros.

Siempre hay algo que aprender


Siempre tenemos algo que aprender, Mariflus. Yo ayer, por ejemplo, aprendí que mis canas me daban un toque de distinción y ternura. Como si un polvo de luna se hubiera derramado sobre la raíz efervescente de mi cabello, hace años azabache.
De repente dejaron de ser el símbolo de la decrepitud humana para convertirse en el renacimiento de las fuerzas vivas de la experiencia.
Un niño me llamó «señora» y por fin encontré mi sitio. Había dejado de ser «la hija de», «la hermana de», «la amiga de», «la mujer de», «la mamá de», para ser, soberanamente, «señora».
La edad no importa. A mi padre le salieron las canas antes que los dientes. Lo mismo que a su madre, sólo que ella lo compensaba con ese luto permanente en los vestidos y en la mirada.
Eran otros tiempos, Mariflus. No existía la sonrisa. Todavía no la habían inventado.
En cambio ahora es distinto.
Me siento agredida por los políticos, violada por los falsos profetas de la moral, mancillada por los discretos poetastros que riman soñar con cagar con tal impunidad que les queda tan bello como para ganar los juegos florales como si fueran churros de literarias confiterías mercantiles.
Pero me siento feliz.
He tocado fondo.
Apenas tengo un euro para comprar el pan. Lo suficiente para llenar el estómago con un minúsculo gramo de harina y esperanza.
Todavía tengo mucho que aprender.
Dejad vuestras morales impertinencias, patrióticos emblemas y refloridos sonetos en el descansillo de la escalera. En mi casa viajamos desnudos y yo, ya, con canas.
Todo lo demás es accesorio.

El que se mueve no sale en la foto


Pues sí, MariFlash, «el que se mueve no sale en la foto».
Me lo dijo mi abuelo. Sí, el que no conocí. El que andaba por los pueblos haciendo teatro, aquellos dramas de pre-guerra que parece que auguraban lágrimas eternas en cada rincón de cada casa, de cada pupila, de cada latido perpetuo y desolado.
Ese mismo que bebió el amargo acíbar de las cárceles, del silencio y del cáncer. El mismo que dejó viuda y siete hijos.
«El que se mueve no sale en la foto»,
y el que no es enterrado en tierra santa no va al cielo,
y el que no promete volutas de humo nunca será presidente.
Yo nunca seré presidente, ni llegaré al cielo y siempre salgo mal en las fotos.
Son los nervios, decía mi madre.
En cambio para mi padre es ese espíritu anárquico-piadoso que me ha acompañado siempre y que no han logrado descubrir si es genético, empático o sintomático de una esclerosis arrítmica conceptual.
Al final pensamos que es el destino, que por ser tan grandilocuente, algo habrá tenido que ver.
Pero es cierto, «el que se mueve no sale en la foto».
Se le puede asomar una oreja, la nariz desdibujada por la bruma de la prisa, ese rasgo de añoranza antigua, como de muerte premonitoria, pero ya no es él.
Lo que aparece en esa instantánea es sólo el perfume ensangrentado del brebaje milenario del olvido que persiste por hacerse presente eternamente.
El ser humano, MariFlash, sólo quiere ser eterno, por eso permanece estático frente al objetivo.
Lírico y magnánimo.
Impertérrito y perfecto.
Felizmente pletórico, como si recién hubiera eyaculado sobre la fugacidad de los alambiques yermos.
¡Qué razón tenía mi abuelo! «El que se mueve no sale en la foto», por eso yo sólo conservo las imágenes azules que lamen mi corazón, cada día, con bocados de esperanza.

Soy militante


Por fin me he hecho militante.
Socia número uno y única.
Un carné para mí sola.
He redactado mis propios estatutos y me he puesto la foto de la Comunión, esa en la que parecía Santa Teresa en su último estertor de éxtasis permanente.
Mañana mismo empiezo una revolución.
El infierno no puede ser más tenebroso que el miedo.
Mañana mismo.
Recién ponga el pie en el suelo y noviembre se cuele por las arterias de la esperanza,
por las articulaciones desvencijadas de la memoria.
Ya lo tengo todo preparado:
los calcetines de la suerte,
el bolígrafo lanza palabras,
un manual de primeros auxilios para las toses del alma
y unas bragas llenas de besos sobre el algodón de la esperanza.
¡¡Temblad tristes del mundo!!
Soy militante.
Mañana empiezo mi propia revolución.

Nuevas cavilaciones sobre la muerte

Te tengo demasiado olvidada, Mariadiós, pero es que ya me conoces. De aquí para allá; de un sueño a una sorpresa; de un cansancio a una inyección de energía; de una voltereta a un esguince en la memoria…
Cosas normales, acontecimientos rutinarios de un culo inquieto como el mío que, a fuerza de dilatarse, se ha hecho tan amplio que se ha convertido en un nido de cigüeñas celestes.
Y es que a estas edades, querida mía, la que no tiene objetivos nuevos cada día, ya empieza a cavarse su propia tumba, su propio hastío de urnas memorables sobre las cenizas impolutas de una muerte ejemplar.
La perfección no existe, y mucho menos en el ser humano.
(Lástima que lo descubramos a la par que le damos la última mano de barniz a nuestro propio ataúd)

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