Bienvenidos al hogar de mi alma

Categoría: Cotidiana eternidad (Página 30 de 41)

Menos mal, pero…

Menos mal que yo estaba allí cuando abrieron las puertas de la libertad,
cuando abolieron la pena de muerte,
cuando desencarcelaron a los presos políticos,
cuando, por fin, se podía recitar a Lorca, y a Hernández, y a Neruda.

Menos mal que puse aquel voto en una urna palpitando de esperanza,
bajo el símbolo demoníaco de los encarnados enamorados,
sabiendo que mis muertos,
y los muertos de España,
me miraban con las cuencas pletóricas de gusanos desembarazados del miedo.

Menos mal.
Menos mal que tengo los suficientes años como para no rendirme,
como para no olvidarme.
Hace tiempo que hice la digestión y ya sólo regurgito esperanza.

(Lo que no sé es por qué lloro,
tan a menudo,
sobre estos dilapidarios retrocesos del calendario.)

Sin tiempo para el tiempo

Me acabo de dar cuenta que me estoy quedando sin tiempo.
Sin tiempo para escribir, para leer, para soñar,
para definirme en todos mis costados,
incluso en los que desconozco, olvido o ignoro.
Sin tiempo para el beso o el abrazo.
Sin tiempo para el tiempo.
Desde que le quitaron la cuerda a los relojes nos amputaron el placer del segundo.
Todo está tan automatizado que hasta el orgasmo lo controlan los satélites.
Me acabo de dar cuenta que me queda poco tiempo,
también,
para el orgasmo.
Un orgasmo febril, simpático y vespertino.
Un orgasmo de líricas neuronas y células marchitas.
Siempre que no me mate el infarto inclemente de la tristeza
seguiremos apostando por el fuego fatuo de la esperanza,
por el olor de los besos en las esquinas redondas
y por los abrazos eternos, esos que te llenan de astillas y jazmín los surcos de la memoria.

Supervivir, sobrevivir y no morir en el intento


Hoy no me han declarado una enfermedad terminal.
Tampoco me apetece suicidarme.
Mi nivel emocional fluctúa, como siempre, y hay ratos que me siento eufórica y, otros, como una malva.
No me apetece ser española, ni europea, ni siquiera terráquea.
Pero me siento feliz.
O no.
En la línea imaginaria de la mitad de mi vida
estoy más perdida que nunca.
He llegado a la cumbre de la sin razón.
Yo tampoco, si pudiera,
hubiera elegido el olvido de los monos.
Retomo el vientre.
Que os engañen a otros.

No queréis que me moje

No queréis que me moje.
Yo tampoco quiero hacerlo.
Pero mi abuelo me dijo: «el que no se moja no coge peces».
No queréis que me moje.
Hay un gris decrépito cayendo por las venas morales del mundo.
Se ha perdido el romanticismo de los sueños.
El respeto es el vocablo olvidado de todos los diccionarios.
Se está olvidando conjugar el verbo amar.
No queréis que me moje.
Pero mi indiferencia salpicará vuestro silencio.

 

Vivimos tiempos rarunos


Vivimos y respiramos.
Hace algún tiempo pienso que el oxígeno debe ser, al fin y al cabo, mi único aliado.
El resto es pasajero, impredecible y, hasta, insoportable en algunas ocasiones.
Los amigos, las filias y las fobias son sólo pellizcos pasajeros que te ofrece este destino caprichoso y, a menudo, antipático.
Vivimos tiempos rarunos.
Vivimos tiempos.
Vivimos.
Y yo los sigo amando, a pesar de todo.

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