Me acabo de dar cuenta que me estoy quedando sin tiempo.
Sin tiempo para escribir, para leer, para soñar,
para definirme en todos mis costados,
incluso en los que desconozco, olvido o ignoro.
Sin tiempo para el beso o el abrazo.
Sin tiempo para el tiempo.
Desde que le quitaron la cuerda a los relojes nos amputaron el placer del segundo.
Todo está tan automatizado que hasta el orgasmo lo controlan los satélites.
Me acabo de dar cuenta que me queda poco tiempo,
también,
para el orgasmo.
Un orgasmo febril, simpático y vespertino.
Un orgasmo de líricas neuronas y células marchitas.
Siempre que no me mate el infarto inclemente de la tristeza
seguiremos apostando por el fuego fatuo de la esperanza,
por el olor de los besos en las esquinas redondas
y por los abrazos eternos, esos que te llenan de astillas y jazmín los surcos de la memoria.
Alucinante hermanica