Ya toca ir rellenando la lista de propósitos para el año nuevo. Propósitos que parecen factibles pero que a lo largo del calendario se vuelven inalcanzables.

Enero es el momento ideal para inflar la esperanza. Abrir las ventanas hacia la fragilidad del futuro. Dejarse llevar por ese impulso irracional de creer en lo imposible.

Sin embargo, y conforme va transcurriendo el año, la realidad se impone, horada en la ilusión, se convierte en la sibilina amante de los días agridulces.

Ella es la que va poniendo zancadillas a la luz, tira piedras al ventanal de la alegría y le pone nombre al oscuro silbido del silencio.

Y sin embargo, y a pesar de todo, merece la pena seguir caminando.